Renegados, country y cine (I)

A finales de la década de los sesenta algo comenzó a cambiar en Nashville. Por aquel entonces, la capital de Tennessee ya era el epicentro de la industria del country. En sus estudios de grabación se había adoptado una fórmula musical de impecable producción y definida por el empleo de ampulosos arreglos. Sin embargo, a pesar de un gran éxito comercial entre el público adulto y conservador, era incapaz de responder a una juventud cada vez más sensibilizada con los problemas que sacudían a la sociedad estadounidense. Aunque algo más tarde que en el resto del país, Nashville también tuvo su propia comunidad hip, que se estableció en el West End. Allí se fraguó un activo movimiento underground integrado por una serie de cantautores, entre los que destacó Kris Kristofferson, que pronto acabaron captando la atención de los músicos más críticos con el taxativo modo de actuar de los sellos discográficos. El resultado fue un subgénero alejado del manido Nashville Sound y que bebía tanto del honky tonk como del rockabilly y del rock de los sesenta. Fue llamado Outlaw Country.

El control creativo impuesto por los sellos discográficos que cortaban el bacalao en Nashville hace que resulte difícil rastrear cualquier síntoma de rebeldía en la música country y el cine vinculado a este género en los sesenta. En 1960 Willie Nelson llegó a la ciudad y poco después se convirtió en un magnífico compositor de estándares que contribuyeron a catapultar la carrera de cantantes como Patsy Cline o Faron Young. No obstante, no alcanzó el éxito como intérprete de sus propias canciones. Tras una serie de fracasos comerciales puso tierra de por medio y en 1972 inició una nueva etapa musical en Austin alejado del yugo de los productores de Tennessee. Algo similar le ocurrió a Waylon Jennings, artista cuyas raíces musicales se anclaban en el rockabilly y que, tras un periodo como discjockey, había ido a parar a Nashville, donde había sido reconvertido al country-folk por la RCA antes de tomar las riendas de sus creaciones ya entrados los setenta. Johnny Cash por su parte gozaba ya por esas fechas de un aura de renegado, imagen que siempre había cultivado y que había cobrado aún más notoriedad como consecuencia de sus problemas con la justicia.

El movimiento outlaw acabó por cobrar protagonismo en 1976. A lo largo de la década de los setenta, las productoras y Hollywood, conscientes del interés que despertaban estos músicos comenzaron a utilizar su imagen como reclamo publicitario en numerosas películas. En otras ocasiones, simplemente emplearon su música y los valores tildados de cierto romanticismo que se desprendían de sus canciones. El resultado es una extensa filmografía compuesta por road movies, biopics, dramas de tintes sociales o westerns crepusculares.

El rebelde de Nashville

En 1966 el director Jay J. Sheridan estrenó una película cuyo título es cuando menos profético: El rebelde de Nashville (The Nashville rebel, 1966). Sin embargo, cualquier similitud con los posteriores derroteros del country es una simple coincidencia. Fue retirada del mercado a mediados de los setenta y no volvería a ser comercializada hasta mediados de los noventa. Se trata del único film en el que Waylon Jennings interpretó un papel de actor principal. El cantante encarna a Alvin Grove, un joven soldado recién licenciado que es asaltado por unos borrachos mientras vaga por un camino. Grove es acogido por unos comerciantes y acaba enamorándose de su hija, Molly (Mary Frann). Su vida da un giro de ciento ochenta grados después de que un abogado sin escrúpulos lo descubre y le ofrece firmar un contrato que propicia su salto a la fama. Sin embargo, la codicia hará que su manager se convierta en su peor enemigo.

El título de la película ya había sido elegido antes de que se hubiese hecho el casting. El propio Jennings -que llegó a perder trece kilos de peso durante las tres semanas que duró el rodaje- afirma en su autobiografía: «Nunca pensé que [la película] fuese sobre mí». En cierto modo el principal interés que despierta este film reside en las reiteradas escenas que muestran diversos lugares emblemáticos de la capital del country, como el Grand Ole Opry o el Tootsie’s Orchid Lounge. El guión otorga una mayor importancia a las actuaciones musicales en detrimento de la acción propiamente dicha, que sólo es un pretexto para el lucimiento de un Jennings que años más tarde reconocería las carencias de su interpretación y que renegaría de alguna de las canciones recogidas en la banda sonora. A lo largo de la hora y media que dura la película se suceden constantes recitales de artistas como Loretta Lynn, Tex Ritter o Porter Wagoner.

Esta estructura también es compartida por La carretera a Nashville (The road to Nashville, 1967), otro título indispensable dentro de esta colección. Con excusa de la búsqueda de una estrella para un futuro largometraje sobre la música country el director Will Zens convierte a su película en una suerte de gala musical por la que desfila una veintena de músicos, entre ellos el propio Jennings y Johnny Cash.

Nashville, radiografía de la sociedad estadounidense

En 1974 Robert Altman centró su mirada en el country. Durante el verano de ese año, el director se trasladó a la capital de Tennessee para rodar Nashville (íd., 1975). Meses atrás, la guionista Joan Tewkesbury había viajado a la ciudad a petición de Altman para escudriñar el ambiente que se respiraba en sus calles. Allí Tewkesbury se encontró con dos ciudades absolutamente dispares. Por un lado, una sociedad conservadora cuya actividad se vertebraba en torno a dos ejes: Music Row, el corazón de su industria musical; y Opryland, auténtico tabernáculo de los popes del country. Por otra parte, el West End.

Como resultado de sus indagaciones Tewkesbury escribió un guión en el que el country sirve como hilo conductor para realizar un retrato satírico de la sociedad norteamericana. Nashville narra las vicisitudes de una docena de personajes vinculados al mundo de la música y de la política que acaban confluyendo en un mitin electoral en el que asisten al asesinato de una estrella del country. La historia se ambienta en un momento histórico de profundos cambios tras el final de la guerra de Vietnam y la consumación de la era Nixon. Describe el punto de inflexión marcado por la llegada de un soplo de aire fresco al country frente a la anquilosada elite del Grand Ole Opry. En este film están presentes la violencia, el narcisismo, la ambición, la superficialidad y el consumismo propios de una sociedad ensimismada.

Mientras que la crítica aclamó a la película, las estrellas del country la interpretaron como un ataque y una burla hacia su música. Algunos artistas del Grand Ole Opry boicotearon su estreno. La cantante Loretta Lynn dijo que «prefería ver Bambi». Por su parte, Brenda Lee mostró su disconformidad con el modo en que se retrataba al Opry. El compositor Billy Sherrill fue incluso más incisivo y afirmó que lo que más le gustó fue «cuando disparan a esa lamentable porquería de cantante de música country». Lo cierto es que el guión de Tewkesbury es un quién es quién de la escena musical local en el que es fácil identificar a artistas como la propia Lynn o a Hank Snow, Charlie Pride, Tammy Wynette y Kris Kristofferson.

Los pesos pesados del Opry también fueron críticos con la banda sonora, compuesta en su mayor parte por los actores. Las canciones adquirieron el estatus de culto entre los músicos country alternativos. Entre los temas incluidos cabe destacar «I’m easy», escrita por Keith Carradine y galardonada con el Oscar así como el Globo de Oro a la mejor canción original.

Rednecks, fugitivos y persecuciones

Coincidiendo con el final de los sesenta la CBS estrenó Hee Haw, un show de variedades presentado por Buck Owens y Roy Clark. El programa, que permaneció en antena dos décadas, combinaba actuaciones musicales con entremeses de contenido campestre en los que se ponían de relieve estereotipos asociados al ambiente rural de los EEUU. Durante los años setenta estos modelos fueron adoptados por el subgénero conocido como hick flick, creado para el disfrute y regocijo del público redneck. En estas películas abundan los sheriff incompetentes, los proscritos, los políticos corruptos, los destiladores de alcohol ilegal o las hijas de granjero ligeras de ropa. Su argumento suele girar en torno a la figura del rebelde netamente americano y que lanza sus dardos contra las autoridades. Son generosas en tiroteos y en persecuciones aderezadas con banjos frenéticos en las que es palpable un culto fervoroso hacia unos iconos tan norteamericanos como los muscle cars o los trailers.

Aunque se trata de un serial televisivo, The Dukes of Hazzard (íd., 1979-1985) es quizá el ejemplo más característico de este género. Está inspirado en el film Moonrunners (íd., 1975) dirigido por Gy Waldron y narrado por Waylon Jennings, que por aquel entonces ya había compuesto la banda sonora del neowestern McKintosh & TJ (íd., 1975). En 1979 el propio Waldron fue el encargado de dirigir para la CBS esta serie que describe las aventuras de los primos Bo y Luke Duke, los cuales luchan contra el corrupto comisionado Boss Hogg y su lacayo el sheriff Rosco P. Coltrane. Jennings compuso su tema principal, «Theme from The Dukes of Hazzard (Good Ol’ Boys)», que permaneció durante diecisiete semanas en la lista country de la revista Billboard, llegando a alcanzar el primer puesto.

La muerte era su juego (Bobbie Jo & The Outlaw, 1976), dirigida por Mark L. Lester, ocupa un lugar destacado dentro de este apartado. Desde una perspectiva absolutamente exploit traslada el mito de Bonnie & Clyde a mediados de los setenta. Sus protagonistas, la joven aspirante a cantante Bobbie Jo (Lynda Carter) y un granuja llamado Lyle (Marjoe Gortner), son dos jóvenes proscritos enfrascados en una sangrienta huída hacia la nada por la carreteras de Nuevo México. En esta película -a caballo entre el neowestern y la road movie- se percibe la influencia de otros títulos como El Demonio de las Armas (Deadly is the female, 1950), Easy Rider (íd., 1969), Punto límite: cero (Vanishing Point, 1971) o Malas Tierras (Badlands, 1973). Lester describe en su film una geografía austera y atravesada por polvorientas carreteras en cuyos márgenes habitan personajes de un nihilismo y una violencia exacerbada. El personaje interpretado por Marjoe Gortner supone un regreso a la vieja mitología del vaquero, preconizada en primer lugar por el redneck rock y, con posterioridad, por el movimiento outlaw. Las alusiones al country son constantes a lo largo de todo el metraje, cuya banda sonora incluye composiciones de Bobby Bare y J.C. Crowley.

El actor Burt Reynolds es el rostro más conocido del hick flick. A lo largo de su carrera ha protagonizado numerosas road movies entre las que destaca Los Caraduras (Smokey & The Bandit, 1977), una comedia sobre ruedas que una vez más pone de manifiesto ese culto por una masculinidad provocadora también presente en la música de los renegados de Nashville. El reparto cuenta con la presencia del actor y cantante Jerry Reed, otro de los rostros habituales en este tipo de películas con presencia en títulos como Convoy II (High Ballin’, 1978), Materia caliente (Hot stuff, 1979) o la serie Concrete cowboys (íd., 1979-1981). Entre sus intérpretes también se encuentra Jackie Gleason, que ha pasado a la historia del cine como arquetipo del sheriff sureño.

El mismo año en que fue estrenada Los Caraduras también llegó a los cines la película El blues de los proscritos (Outlaw blues, 1977). Peter Fonda encarna a su protagonista principal, Bobby Ogden, un presidiario y cantautor que intenta abrirse paso en el country. Tras ser puesto en libertad descubre que Garland Dupree, un decrépito cantante de Austin, le ha robado una canción y la ha convertido en un éxito. Se enfrenta a él y durante una refriega le dispara accidentalmente. Este suceso le obliga a vivir en la clandestinidad mientras traza su camino hacia el estrellato con la ayuda de una corista. Este film enfrenta al country más rancio con el más progresivo, personificados en los personajes de Dupree y Ogden, respectivamente. Se trata de una comedia dramática repleta de persecuciones. Las canciones presentes en su banda sonora fueron interpretadas por Fonda y compuestas, entre otros, por Hoyt Axton. A título anecdótico señalar que el cantante Steve Fromholz protagoniza un cameo y que entre las localizaciones se encuentra la sala Soap Creek, uno de los principales locales en torno a los cuales se desarrolló el country progresivo.

Apáñatelas como puedas (Take this job and shove it, 1981), del director Gus Trikonis, toma su título de la canción homónima compuesta por David Alan Coe y popularizada por Johnny Paycheck en 1977. Ambos músicos cuentan con papeles menores en esta comedia protagonizada por Robert Hays en el papel de un joven gerente al que se le encomienda la labor de reflotar una cervecería recién adquirida por un grupo empresarial. A modo anecdótico, se debe señalar que se trata de la primera película en la que incluyó una carrera de monster trucks.

Alejada del hick flick aunque inscrita dentro del género road movie se encuentra la película Convoy (íd., 1978), dirigida por Sam Peckinpah y protagonizada por Kris Kristofferson en el papel del camionero Rubber Duck, que se erige como líder de una caravana de camiones para protestar contra las malas artes de un sheriff. La película, inspirada en la canción homónima de C.W. McCall, estuvo marcada por un caótico rodaje durante el cual fueron habituales los contratiempos así como las consiguientes demoras que acabaron por desesperar a la estrella del country y por llevar al límite de su resistencia a Peckinpah. Independientemente de la calidad de su interpretación, que no pasa por ser la mejor de su carrera en Hollywood, Kristofferson contribuyó con su imagen a promocionar el film, lo cual también repercutió de un modo positivo en su popularidad. Convoy se inscribe dentro de una serie de películas en las que las andanzas de los camioneros son el leitmotiv. Se puede incluir en esta lista a la antes citada Los Caraduras o la serie Movin’on (íd., 1974-1978), cuya canción principal es obra de Merle Haggard.

Ha nacido una estrella

Kristofferson posee la filmografía más prolija de todos los músicos del movimiento outlaw. Debutó en el cine con una escueta aparición en La última película (The last movie, 1971), el alocado proyecto de Dennis Hopper filmado en Perú cuya banda sonora también contó con aportaciones del cantante texano. Apenas un año después, Kristofferson encarnó su primer papel protagonista en Cisco Pike: la policía y la droga (Cisco Pike, 1972), de Bill L. Norton. El cantante da vida a Cisco, una decadente estrella del rock que se ve obligada a traficar con droga para sobrevivir. A pesar de su modesta repercusión, sirvió para confirmar las dotes interpretativas de Kristofferson ante las cámaras. El cantautor no sólo era el compositor de moda en Nashville sino que también se convirtió en un icono del nuevo Hollywood. Los paralelismos entre las personalidades de Cisco y del propio artista eran tales que en la pantalla llegaron a entremezclarse. «Cisco Pike no prueba si puedo actuar o no porque me identifico demasiado con el tipo que interpreto. Nadie intenta matarme como en la película, pero hay demasiadas personas persiguiéndome por deudas, una chica quejándose por no tener un televisor a color, y estoy muerto de miedo porque tengo que dar un concierto y nunca encuentro tiempo para un ensayo de sonido», dijo.

Su atractivo sumado a su aura de trotamundos amén de sus innegables dotes artísticas le abrieron de par en par las puertas de la meca del cine. Ese mismo año el director John Huston seleccionó su canción «Help me make it through the night» como tema principal de su película Fat City, ciudad dorada (Fat City, 1972). Meses después del estreno de Cisco Pike, Kristofferson se trasladó al inhóspito desierto de Durango para participar en el rodaje de Pat Garrett y Billy El Niño (Pat Garrett & Billy The Kid, 1973), en la que se pone en la piel del legendario forajido. Esta fue la primera colaboración entre Kris y el director Sam Peckinpah. Se trata de un western crepuscular en el que el maestro por antonomasia de las escenas violentas premia al espectador con un cadencioso romanticismo que se intensifica gracias a la estupenda banda sonora compuesta por Bob Dylan. Kristofferson, cuya caracterización roza el mimetismo con la apariencia del famoso pistolero, contribuye una vez más a aportar ese carácter indomable tan característico de su persona.

Cada vez más alejado de los estudios de grabación, Kristofferson centró sus esfuerzos en el cine dejando a la música en un plano casi marginal. Prueba de ello son las más de ochenta películas en las ha aparecido hasta el momento. Tras Pat Garrett y Billy El Niño repitió junto a Peckinpah en Quiero la cabeza de Alfredo García (Bring me the head of Alfredo García, 1974) -en la que aparece junto al músico Donnie Fritts dando vida a un vandálico motero- y en Convoy. Cabe también citar sus trabajos junto a Scorsese en el drama Alicia ya no vive aquí (Alicia doesn’t live here anymore, 1974), con Frank Pierson en Ha nacido una estrella (A star is born, 1976) y con Michael Cimino en la fallida La puerta del cielo (Heaven’s gate, 1980).

Entre sus películas se cuentan numerosos títulos de bajo presupuesto en los que ha compartido créditos con viejos amigos del movimiento outlaw. Tal es el caso de Songwriter (íd., 1984), un drama musical en el que él y Willie Nelson interpretan a un dúo de country que se separa siguiendo caminos diferentes. El primero manifiesta su apego por la rebeldía y el éxito le es esquivo. Mientras, el personaje de Nelson desarrolla su carrera llegando a un público de masas.

(Continuará…)

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